Queridos Amigos:
La otra tarde llevé mi teléfono a la tienda de un paquistaní que me había prometido “liberarlo”. Y por extraño que parezca, su promesa no era una superchería: una vez que el N95 cumple su función básica y es un teléfono activo, mis ideas se empiezan a esclarecer y el proyecto se libera. Con el teléfono en la mano surgieron mis deseos de enviar con él unas cuantas llamadas en forma de planos. Llevaba tiempo pensando que con este aparato me resultaría más fácil realizar quince piezas que una sola: la petición de realizar una sola pieza me recordaba demasiado al derecho de hacer una única llamada que tienen los hombres encarcelados en los filmes de Eastwood, y yo no tengo abogado. Como no sabía escoger a quién llamar (tampoco sé con quién vivir), me he mantenido en silencio y he aprendido de vuestro virtuosismo. Ahora que la cámara es un teléfono libre, haré unas cuantas llamadas o, si preferís, unas cuantas películas posibles.
Me gusta este artilugio porque es un cuaderno de imágenes y sonidos en el que podemos grabar y transportar planos, conversaciones, fotos, dibujos, o reencuadrarlos y regrabarlos a modo de dietario manejable. Siempre he envidiado a los cineastas que viajan al desierto o al ártico, y por eso muchas veces escribo sobre el peso del cine, pero debo confesar que soy perezoso o que carezco de temperamento nómada y aventurero. Arrastrar trípode, cámara y equipo de sonido me ha resultado un esfuerzo demasiado penoso. Y en cuanto a mis viajes, ni siquiera conseguí llegar a la cumbre en la que los ejecutivos de TV3 ponen a caldo a Ronaldinho. Así que este invento me resulta muy apropiado.
Pero tengo 32 años y llevo pocos meses en mi tercera vida, por lo que no descarto comprarme unas botas si llego a la quinta.
Un saludo afectuoso,
Gonzalo
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